Alcaudete, la deseada:

Los alcaudetenses tienen la sensación de haber sido muy importantes en el desarrollo de las relaciones entre los moros y los cristianos. Relaciones que unas veces pasaban por enfrentamientos y aceifas y, en otros momentos, por acuerdos y pactos, dentro del conglomerado político de la época. Y aciertan en su apreciación. Sabido es, y hasta escenificado lo tienen, que su lugar fue testigo y escenario de algún tratado importante entre reyes y jefes de una y otra parte. No en balde es el punto de encuentro de Jaén, Granada y Córdoba y esa circunstancia sirvió para allí floreciera un renombrado y reconocido mercado, actividad que a fin de cuentas no es sino otro modo de encuentro y de acuerdo.
Mas lo que en verdad refleja su indiscutible excelencia es el trasiego que ambos bandos se trajeron (que si la conquisto yo, que si me la quitas tú) desde que en 1085, Alfonso VI la hizo cristiana, tras conquistar la impresionante fortaleza que los moros habían construido. Luego vendrían Yusuf y, otra vez, los cristianos… Y así un montón de veces, que si árabe, que si cristiana. Un tesoro y un rincón que por algo sería deseado y anhelado por unos y otros.
Pero no se crea que todo este sonado protagonismo hispano-musulmán encierra y resume la historia de Alcaudete. De ninguna manera. Alcaudete, nombre que para algunos investigadores da fe de ser un sitio con rica abundancia de agua y fuentes, tiene una vida muy antigua como acredita la presencia de objetos (hachas de piedra, puntas de flecha y lascas) pertenecientes a periodos de los diversos paleolítico. Y luego están los túrdulos, pueblo ibero que, según algunos, vive por la zona, al de los oretanos, los bastetanos y los tartesios, aunque todo esto está algo confuso en su cronología y forma de vida. Y Roma, el Imperio Romano, ¡cómo no!
Su modernidad está hoy en calle y en cada esquina aunque “Martinillo Zancajo” siga andando por la calle a altas horas de la noche..